Tu mirada se queda congelada en el horizonte, sigues viviendo eclipsado en la aurora de otra ciudad, tus pestañas ya no alcanzan a quedarse en el andén del Ferri, cerca de Estación Retiro. Los botones de tu camisa intentan huir para regresar sobre sus pasos, tu cabello se enreda en el viento de la primavera y hace esfuerzos por aferrarse a las flores de un tímido ceibo.
Yo te contemplo desde lejos, tu imagen se vuelve reflejo en la ventana y mis ojos no consiguen acusar los detalles de tu rostro vagabundo, que mira una alfombra de diminutos pétalos amarillos acurrucados debajo tus gastados zapatos.
No es fácil seguir la pista de pasos andariegos, desde tu casa en Recoleta hasta la Plaza Francia. Llegas y te tumbas sobre el pasto humedecido y te mojas de cielo hasta los labios; yo en cambio te persigo con mi pupilas para soñarte a mi costado; imaginando en el ocaso, que camino de tu mano sobre las nubes de la calle Corrientes y que me llevas colgada en tu cuello de bufanda gris. De repente, todo se esfuma, para advertir que te has marchado, abandonando sólo las formas de tu cuerpo sobre la hierba; que al igual que yo, ya empieza a extrañarte, cuando tu ausencia nos despide hasta el próximo domingo.
Todos los días intento descifrar el enigma que llevas en el pecho, y hago esfuerzos para que mientras acarreas tus pesares y tristezas en el sombrero, mi aliento arrebate junto a la brisa de la ventolera entreabierta, el turbante de lágrimas que te pusiste desde el invierno.
Quién sabe, cuál es tu historia, ni qué secretos y heridas ocultas en el bolsillo de tu abrigo, sospecho que cual niño de un pequeño barrio escondes entre tus dedos: un caramelo, una resortera, tres canicas, un peso para comprar dulce de leche y tu sonrisa de angelito de barro; tal vez junto a todo esto, encuentre trozos de papel con bocetos de poemas, una servilleta con acordes y pedazos de estrofas de tu última tentativa de canción; tu vitela, una copia de cronopios y famas de Cortázar, y flores de un jardín cercano; como huella de esta última época de rebelión.
Aquel día me crucé contigo en la florería cerca del Parque Chacabuco, comprabas un manojo de cartuchos blancos, y yo me abrazaba a un atado de rosas rojas. Tus ojos se cruzaron con los míos, y dejaron nacer en tus labios la sonrisa de luna embrujadora, que hasta ahora llevo conmigo prendida en mi oreja izquierda. No me dijiste nada, y mejor dicho, casi lo dijiste todo.
A veces no me queda más, que perseguirte por esas calles melancólicas y alegres, de viajeros de todos lados, que ya no saben de dónde eran, pero que ahora saben de dónde son, o quién sabe. Callecita, farol, abarrotería, plaza, mate, mesita de un pequeño café; teatro, detallitos de aquel pueblito grande, todo está ahí.
Pero este viaje por todos los campos y caminos, llega a su fin cuando después de pensarte a oscuras cada hora en mi memoria para verte regresar, sólo espero en vela, mirar contigo el alba reflejada sobre el mar. El tiempo me arranca las raíces para plantarme en otro suelo, y la tierra que sueñas despierto no puede ser nuestra.
Peregrino, yo sigo esperando a que vuelvas, para caminar por arterias y vientres que sean nuestro territorio, distrito de caricias tímidas, jurisdicción para las manos, comarca de la luz.
Si aún queda alguna lágrima en tu pestaña, y tu corazón te llama a regresar, toma la calle del Parque Chacabuco, trae las flores blancas y las cosas de tu bolsillo, olvida tu chaqueta en el pequeño café, avanza por la calle Corrientes, Plaza Francia y Recoleta, toma unos pétalos amarillos y las flores del ceibo... Cuando llegues a Estación Retiro, ya no lo pienses más, suelta tu sombrero al viento que entra por la ventolera, y vuela hasta tu hogar...
Aquí te espera una casa, que está sobre una colina, tiene un jardín sembrado de estrellas y los adoquines cubiertos de corales de perlas... Tal vez, ya no tengas que caminar más, aquí te aguardan siempre las cosas queridas, en cada rincón de mi morada. Deja tu equipaje en la puerta, que no haya más adioses, ni andenes tristes de portales de otros tiempos.
No dejes que se acabe esta estela de magia y se consuma nuestra voz, ahora sólo quiero sumergirme entre tus brazos, sanarte las heridas, acunarte en mi corazón, y ver contigo cómo germinan nuestros días...