(A una cenicienta moderna, por la zapatilla de cristal
que dejaste olvidada en el umbral)
que dejaste olvidada en el umbral)
Desde el comienzo de los tiempos
curiosa bella durmiente de los cuentos
te pinchaste el dedo
y muy inteligentemente decidiste
que no te quedarías a esperar a Adán,
ni a príncipe azul alguno;
rebelde Eva en el paraíso
nunca quisiste quedarte atrapada
en las costillas del mundo,
tú probaste todos los frutos de esta tierra
los colores suaves de la primavera
en los troncos de los abetos y jacarandás,
las hojas cálidas del otoño a tus pies,
las aguas abrasadoras de fuentes de cristal,
y también las bayas
y también las espinos;
valientemente supiste apostar
por paraísos distintos,
nunca te cansaste de auscultar/ palpar
el latido de la tierra
el pulso del universo
y las cosas;
no te asustaron ni el hálito
de los dragones,
ni el espanto de los maleficios;
armada hasta los dientes
con polvo de estrellas y deseos mágicos,
te pusiste tus alas de hada y echaste a volar;
hasta ser la lluvia entre las flores,
las nubes detrás de la ventana y más allá,
el rocío sobre los pétalos en la mañana,
los pigmentos del arcoíris en la oscuridad;
vagaste entre la bruma libre de tus sueños,
hasta quedarte dormida para siempre,
en el regazo de la luna llena
que alumbra este lado de la acera,
junto a un árbol del Edén.