
apenas se mueven,
los ojos siguen fijos en el papel
ni siquiera se despabilan,
las pestañas están secas
y las retinas bien abiertas
esperando a que aparezcas;
los oídos son pozos vacíos
a penas resuenan,
las mejillas son una patria huérfana,
la frente una orilla olvidada,
los labios, un trampolín
al borde de una pileta reseca,
esperando a que aparezcas;
ante los campos desérticos de este paisaje,
que precisan ahogarse en tu aliento,
humectarse en la calidez de su cercanía
sumergirse en los rincones de las comisuras esquivas,
hallarse en el juego de sus arcos traviesos,
ahogarse en la caricia jugosa de su mordida,
para naufragar en la humedad de las esquinas,
al final de este encuentro.