Wednesday, July 10, 2019

Nagasaki


Quién diría que poco después de la hecatombe
habría tanto silencio,
donde volarían los pedazos de piel, de músculo
quién diría que el dolor duele
como un órgano vital que faltara
pero que uno siente como si todavía  
estuviera ahí,
quién diría que uno puede quedarse en medio
de los relámpagos,
sentado, balbuceando palabras ininteligibles,
apenas respirando.

Quién diría que después de la catástrofe
habría algo de luz
que flotaría como esquirlas en el viento
hasta encajarse en los ojos,
quién diría que las heridas abiertas
sangrarían hasta secarse y hasta dejar de sentir,
y allí en medio de la nada
las pequeñas brasas encendidas se elevarían
e iluminarían,
entre el humo y el olor a sueños  
la carne hecha cenizas.

Quién diría que luego de aquel exterminio
pasarían los días y el hambre y la sed,
terminarían de arder los árboles y el cielo,
los pájaros, los edificios derruidos y el horizonte,
quién diría que incluso después de aquella muerte
habría lluvia y lágrimas,
y pequeños brotes de color en las ramas,
habría sol y nubes limpias,
y luciérnagas en la noche,
y abriéndose paso entre la tierra
resistiéndose a desaparecer
habría aliento y pequeños rastros de vida.